Me parecen años

En esta obra Solitario abre un capítulo decisivo en su diario artístico: el de la confrontación directa con el tiempo y el peso insoportable de la existencia. La canción inicia con una confesión cruda y sin ornamentos con el dilema entre la gratificación instantánea y el acto de escribir, símbolo de una búsqueda de sentido que aún se sostiene pese a la tentación del vacío. Esa franqueza brutal marca la identidad de un joven de diecinueve años que ya percibe su vida desgastada, medida no por experiencias luminosas sino por los golpes que lo han acompañado en cada etapa.

El núcleo del tema es la paradoja temporal con la vida que avanza velozmente, pero la tristeza convierte cada segundo en una eternidad. Esa percepción subjetiva del tiempo transforma la juventud en una prisión lenta y agónica. El estribillo repetido hasta la exasperación enfatiza el tedio y la angustia de los días que parecen interminables.

Solitario se sitúa además en un conflicto identitario. No se reconoce en su propio reflejo, al punto de percibir hostilidad en la imagen que el espejo devuelve. Esta alienación sugiere un proceso de autodestrucción, un desgaste psicológico que lo lleva a sentir que ni siquiera él mismo sabe quién es. La única constante parece ser el rostro, pero incluso este pierde familiaridad, lo que refleja un yo en crisis que se debate entre el odio y la incapacidad de amar.

Con este tema, Solitario afianza una narrativa marcada por la desesperanza juvenil, la sensación de pérdida de control y el miedo a la transformación de su propia identidad. Su voz, cargada de desencanto, plasma en versos la lucha silenciosa contra el tiempo, el dolor y el desconocimiento de sí mismo. Me parecen años es un retrato fiel de un joven poeta atrapado en la lentitud del sufrimiento, que sigue escribiendo como único medio de resistencia.